Y un elefante rosa sostiene una vela, iluminando el cielo, para que todas las niñas perdidas de noche puedan encontrar el camino de vuelta a casa.

Tardaste menos de una hora en ponerte rígido como un newbie que recién prueba la morfina. Sentiste la enajenación subir fuerte a través de tu columna vertebral. Tomé tu mano y despacio comencé a acariciarla, te estiraba los dedos, te ayudaba a moverlos.
El aire; era intocable.
Miraste fijo mis labios, los tocaste de forma brusca y me llegaste a decir que mi labial se veía más rojo. Mi cara manchada, tus dedos también. Sos tan frágil y yo tan descuidada. Demoró hasta el amanecer su conclusión, pasó a través de una mezcla de olores retorcidos y colores antes de confesarme que me veía rosa y pegajosa.
La botella, excesiva, se volcó.
El líquido corrió a través de la mesa, a través del trapo de algodón y debajo de los coloridos posavasos que me había comprado hace poco.
Te sentás arriba del charco a escuchar música.
Un buen ritmo. Una guitarra incómoda. Voces insostenibles en voz alta que segrega el infierno.
Invierno.
Mi labial se siente envenenado por la luz que se eleva a través de una ventana del tamaño de un hachazo.
Tu desayuno: 1 alplax y 1 vaso de vodka.
Lo tomás con tranquilidad, tragás, pensás en la sensación de rigidez y mi labial: si pudieras sentirlo todos los días, si pudieras almacenarlo, no querrías compartirlo.

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