Y un elefante rosa sostiene una vela, iluminando el cielo, para que todas las niñas perdidas de noche puedan encontrar el camino de vuelta a casa.

Había mucha mugre, mucha tierra. No era apenas polvito, casi tapaba la totalidad de las baldosas. Eso fue lo que más había llamado mi atención hasta que vi la sangre, servida sobre el suelo como invitándome a ser parte de los horrores que allí se desataron. Nunca fui inocente de nada, siempre quise ser testigo de miserias semejantes pero aún no lograba discernir dónde estaba o qué había pasado. Seguí mirando a mi alrededor y lo descubrí: en un rincón yacía un cuerpo. Quedé helada, sin reacción, hasta que pegué un grito espantoso sin poder controlarlo al notar un puñal en mi mano. Estúpida fui por haberme creído una simple espectadora. Fui yo. Soy una nueva especie de monstruo mucho más terrible del que fui hasta ayer. Pero, ¿por qué?, ¿a quién maté?. Con temor murmure lo obvio: 'maté', y de no actuar con rapidez sería víctima de la justicia y de los señaladores de lo moralmente correcto. No me importó. Algo de esta nueva experiencia me hace sentir más linda. Matar no está bien, lo sé, pero no me arrepiento. Me va a costar aceptarme como asesina y no poder contárselo a nadie. Me siento superior. Los cadáveres son graciosos, parece no importarles la estética. 


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